HOMILÍA DEL SEÑOR NUNCIO APOSTÓLICO, SU EXCELENCIA SANTO ROCCO GANGEMI POR EL 1.° ANIVERSARIO DE CANONIZACIÓN DE SAN ÓSCAR ARNULFO ROMERO, 14 DE OCTUBRE DE 2019
Excelentísimo Mons. José Luis Escobar, excelentísimos Obispos de El Salvador aquí presentes, un recuerdo a nuestro querido señor Cardenal, que con su recuerdo espiritual está presente en medio de nosotros, queridos hermanos en el sacerdocio, religiosos, religiosas, seminaristas, fieles todos:
Podrán matar al Profeta, pero su voz de justicia no, y le impondrán el silencio,¡Pero la historia no callará!
Ha pasado un año de aquel memorable día de la canonización de Mons. Oscar Arnulfo Romero y en esta tarde, el mismo Espíritu que con fuerza ha soplado en una soleada Plaza San Pedro, hoy nos convoca de nuevo para rezar, para dar gracias, para presentar nuestras almas en ofrenda al Señor junto con la ofrenda de la vida de nuestro Mártir y de la vida del Primero de los Mártires, que dentro de poco de nuevo se hace nuestra bebida y alimento para el sustento de nuestro itinerario cristiano.
“No hagan mártires”, he leído una vez en un periódico, decía un jerarca de un país totalitarista; no hagan mártires, porque los mártires son más incómodos de muertos que de vivos, y yo añadiría, mientras tanto que están vivos podemos callar su voz; podemos relegarlos en el silencio más absoluto y en el olvido más recóndito, pero, en cuanto muertos, salen de nuestro alcance y de nuestras manos; no hay cómo callarlos; no podremos nunca más obligarlos al silencio; su voz se hace grito, su grito se transforma en llamado y, como aguas caudalosas rompen nuestra sordera, nos obligan a escucharlo y hacerle caso.
Hoy, los que estamos aquí, mejor dicho ustedes más que yo; sí exactamente ustedes, y entre ustedes los que pueden decir yo estaba cuando la voz del Profeta se levantaba “para cuidar en nombre de Dios a los que le habían sido confiado; velaba por ellos y buscaba que ninguno de ellos se perdiera”; yo al revés, no puedo negar sentirme un poco incómodo tomando la palabra durante esta santa celebración eucarística; mirando a alguno de ustedes, me siento como un enano que marcha sobre las espaldas de unos gigantes o, para utilizar una frase de San Pablo quisiera decir: “Y en último término se me apareció también a mí, que soy como un aborto” (1Cor 15,8).
Si pensamos en los acontecimientos que han acompañado la vida de nuestro Santo; si reflexionamos sobre las múltiples trampas y los tantos engaños que el demonio ha puesto en el camino de la canonización ¿cómo no podríamos nosotros también exclamar que todo es gracia? ¿cómo no podríamos hacer nuestras las palabras del apóstol San Pablo a los Romanos: “Si Dios está en nuestro favor, ¿Quién estará en contra nuestra?”
Sin duda, hoy es muy fácil hacer estas consideraciones, pero cuánto tuvo que ser difícil vivirla en la cotidianidad. Estar callados no sólo por miedo a la persecución que hubiera podido venir desde afuera de la Iglesia, sino también por las desconfianzas, las sospechas y la marginalización que ha venido de dentro la misma institución que hubiera tenido que defender a un hombre y su misión profética.
Mirando hoy con los ojos de la fe, de una fe que nos hace pedir perdón y abrazar hasta quien suponemos no tenga las manos totalmente limpias, hoy nos sentimos alentados y hasta purificados por la palabra magisterial del Papa, que hace un año ha proclamado Santo a Mons. Oscar Arnulfo Romero, liberándolo de ciertas etiquetas que una lectura distorsionada y marginal de su vida le había dado – muchos o todos ustedes lo saben bien – que “hubo equivocación hasta en la comprensión de la doctrina social de la Iglesia así que la defensa de los derechos humanos fue interpretada como si fuera una opción política más que evangélica”.
A pesar que, dentro y fuera de El Salvador hubo personalidades de larga visión, como el Card. Achille Silvestrini, quien algunos años después de la muerte de nuestro santo, siempre lo había considerado un mártir; también al conocer la noticia del asesinato de los jesuitas de la UCA, no tuvo escrúpulo al gritar que había que declararlos mártires enseguida, sin esperar 50 años, sin caer en las dudas o en las largas disquisiciones que habían acompañado la muerte de Mons. Romero.
El Papa Francisco no vaciló ni fue indeciso a dar este paso, al declarar con fuerza que “las almas de los justos están en las manos de Dios… Los insensatos pensaban que los justos habían muerto… pues Dios los puso a prueba y los halló digno de si”.
Proclamándolo como uno de los santos de la Iglesia universal, lo señala como el santo de todos, el santo de toda la Iglesia; lo siento por los salvadoreños que de esta manera están llamados a hacer un sacrificio más para no considerar al primer santo de su tierra como un «tesoro celoso» y aceptar compartirlo con tantos que hoy lo consideran, dentro y fuera de El Salvador como un Maestro, un pastor, una lámpara.
Con este término “lámpara” me gusta resumir la vida de nuestro santo, y me ha seducido desde el primer momento que me he acercado más en la comprensión de nuestro mártir.
Lámpara, una palabra que he pronunciado por primera vez después de la misa en el Hospitalito el 15 de octubre de 2018. A nuestro santo, lo pongo en analogía con la hermosa expresión que encontramos en el Evangelio de Juan y que el mismo Jesús se la atribuye a Juan el Bautista: «Él fue la lámpara que arde y alumbra y vosotros quisisteis recrearos a la hora con su luz» (Jn 5,35).
Ésta, me parece la definición más encantadora que se le puede dar al arzobispo Romero.
¡No una bandera, sino una lámpara!
Para ver la bandera necesitamos levantar la cabeza; la luz, al revés, no necesita un movimiento: nos envuelve incluso si no la miramos; podemos cerrar los ojos, es cierto, pero no por eso la apagamos.
Y poniéndonos en el cauce de los antiguos sabios y pensadores espirituales podríamos añadir: ¡ahora la verdad está desnuda! Ahí sobre la cruz del martirio la contemplamos y es una respuesta contundente, a quien tal vez por pusilanimidad o hipocresía puede hoy, como ayer, preguntar: ¿qué es la verdad?
El esfuerzo de Mons. Romero, cuando se lee su biografía, no fue otro que el esfuerzo de un Pastor que busca la verdad a la luz de la enseñanza evangélica, así que su verdad no está hecha por conquistas científicas o por un conjunto de adquisiciones eruditas, sino por una familiaridad orante y adorante con Aquel que dijo “Yo soy la verdad”, por ésto estaba siendo visto con enojo y con resentimiento.
Bien lo había entendido el Osservatore Romano, en su edición semanal de la Santa Sede en lengua española, del 6 de febrero de 2015, que al reportar la noticia del reconocimiento del martirio por parte del Papa, “… había… un clima de persecución contra un pastor que, como consecuencia de la inspiración evangélica, de los documentos del Vaticano II, de Medellín, había elegido vivir para los pobres. No había motivos ideológicos de cercanía o pensamientos políticos particulares” (3 de febrero de 2015 p.10).
Desde aquel momento ustedes los salvadoreños han sido llamados a hacer otro sacrificio grande al perder una vez más a Mons. Romero, pero esta vez es un sacrificio que les debe llenar de orgullo, porque el Profeta de una pequeña porción de Iglesia se ha vuelto como “un don extraordinario para toda la Iglesia… no sólo para los católicos, sino también para todos los cristianos y para todos los hombres de buena voluntad” (p. 10), como lo expresó el Postulador de la Causa romana.
Esta universalidad de Mons. Romero fue sin duda también la intención del Papa Francisco, que la pone en relieve en la Carta Apostólica enviada a S. E. Mons. José Luis Escobar Alas: “En este día de fiesta para la Nación Salvadoreña, y también para los países hermanos latinoamericanos… – y añade – …. La fe en Jesucristo, cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas consecuencias, genera comunidades artífices de paz y de solidaridad. A esto es a lo que está llamada hoy la Iglesia en El Salvador, en América y en mundo entero” (OR, viernes 29 de mayo de 2015, p. 5).
¡Miren qué maravilla este documento pontificio!, nos parece que asistimos a un “crescendo” en una sinfonía musical. Se empieza por notas bajas, con poca instrumentación, hasta alcanzar el máximo del sonido, diría hasta despertar a los que se habían quedado dormidos.
Está muy claro el mensaje: ¡no se puede enmudecer la santidad! Me vuelve a la mente una maravillosa frase del Deuteronomio: “no pondrás bozal al buey que trilla” (29,9), que interpretado a la luz de esta palabra de Papa Francisco se podría leer: ¡no se puede amarrar la gracia de Dios!
A esta altura es casi espontáneo preguntarnos el porqué de esta universalidad del mensaje de un Obispo que podríamos definir de periferia, la respuesta nos la ofrece el mismo Papa Francisco:
“San Óscar Romero supo encarnar con perfección la imagen del buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Por ello, y ahora mucho más desde su canonización, pueden encontrar en él un «ejemplo y un estímulo» en el ministerio que les ha sido confiado. Ejemplo de predilección por los más necesitados de la misericordia de Dios. Estímulo para testimoniar el amor de Cristo y la solicitud por la Iglesia, sabiendo coordinar la acción de cada uno de sus miembros y colaborando con las demás Iglesias particulares con afecto colegial…”. (OR, 19 octubre 2018, p. 5)
Asimismo, en la mañana del jueves 24 de enero, hablando a los Obispos de América Central reunidos en Panamá para la JMJ, añadía, o, mejor dicho, completaba su pensamiento diciendo: “Su vida y enseñanza son fuente constante de inspiración para nuestras Iglesias y, de modo particular, para nosotros obispos. El lema que escogió para su escudo episcopal y que preside su lápida expresa de manera clara su principio inspirador y lo que fue su vida de pastor: “Sentir con la Iglesia”. Brújula que marcó su vida en fidelidad, incluso en los momentos más turbulentos”.
Ahora él se convierte como el orante para su pueblo querido, así como el Cristo ruega por los suyos antes de irse de este mundo, San Oscar Romero en el aula eclesial del cielo, no se cansa de interceder y pedir por nosotros; suplica a Dios que nos proteja del mal, pero no que nos aísle… “No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal”.
San Oscar, había bien entendido la enseñanza del evangelio, que Jesús nos quiere en medio del mundo, entre las gentes, en cualquier lugar y ámbito.
Como el Maestro, él es consciente de que el mal está al alcance de todos, que nos acecha y nos persigue, que intentará entorpecer nuestra misión, pero sabe también que Dios no nos deja solos, en sus manos paternales nos ha dejado su Hijo.
¡No hay mayor garantía para nosotros!
En este día en el cual recordamos el primer aniversario de la canonización de San Oscar Arnulfo Romero, miramos a Él y a su ejemplo.
La figura, el legado y la enseñanza del obispo mártir salvadoreño, fueron el paradigma de la vida y la actividad de muchos salvadoreños y de tantos pastores, dentro y fuera de las fronteras de El Salvador, durante su vida y más aún después de su muerte, que hoy nos aliente su palabra y nos llene de consuelo al recordarnos que “… Dios está presente, no duerme, está activo, observa y ayuda” (S. Óscar Romero, Homilía, 16 diciembre 1979) y le pedimos al Señor “…que imitando la constancia de tu mártir Oscar Romero merezcamos recibir de sus manos el premio prometido a la paciencia”.
Amén.